Humildes y sencillos como niños

Los cristianos descubrimos el amor de Dios en un momento concreto de nuestra vida.

En ese momento conocemos la alegría de ser amados “hasta la muerte”, descubrimos la nueva vida que Jesús nos dejó, y gozamos esta vida con plenitud. Es tal el gozo y la alegría, que elegimos el camino hacía el Señor adhiriendo nuestra vida a Cristo por completo. Es aquí cuando comenzamos un camino de transformación que no sólo atañe al pensamiento. El crecimiento es total en todo nuestro ser si conseguimos dejarnos iluminar por el Evangelio.

Vivimos en una época líquida, lo que vale hoy ya no vale mañana, tenemos que adaptarnos a los cambios rápidamente, cambios tecnológicos, científicos, sociales… que nos alejan de la espiritualidad, y nos llevan hacia el materialismo y hacia una vida alejada de Dios. Vivimos una época de desencarnación, es necesario que trabajemos para hacer carne la fe de Cristo. Tenemos la herramienta perfecta para mostrar al mundo la alegría de ser de Cristo, necesitamos ofrecer y enseñar el Evangelio. Para llegar a todos con el Evangelio tenemos que conocer y entender la concepción del ser humano, y así adquirir una postura cercana y reconciliadora ante todas las necesidades e inquietudes de la persona. Encontrar un punto en común que nos sirva a todos, una concepción universal acerca del ser humano.

El ser humano es muy complejo debemos encontrar una concepción que nos de respuestas a toda la persona completa, no parches parciales que sólo darían respuestas al hombre actual. Debemos ir más allá y llegar a una concepción que muestre una unidad aplicable al hombre de todos los tiempos, que explique su diversidad y su mutabilidad o permanencia. Así pondremos de manifiesto la libertad del hombre, libertad que debemos utilizar para encontrar nuestra propia identidad.

Todos deberíamos ser capaces de encontrar respuestas a las preguntas humanas ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es mi identidad? ¿Qué sentido tiene la vida?… encontrar sentido a estas preguntas y llegar a conclusiones éticas, no exclusivas del cristianismo.  Por mucha razón que tengamos, nunca encontraremos respuestas al misterio de la vida y a la existencia del hombre, porque, aunque nuestro querer saber y nuestro pensar es ilimitado, nuestras posibilidades reales son débiles y limitadas. Es curioso ser conscientes de nuestras limitaciones, más no debemos olvidar nuestra parte racional. Nuestra razón junto nuestro deseo ilimitado nos coloca en una posición privilegiada en la naturaleza llevándonos en algunos casos a abusar de ella en nuestro propio beneficio.

Aceptar esta limitación nos convierte en humildes. Humildes y sencillos como niños que aceptan tal cual la existencia en este mundo. Este espíritu sencillo, presente en el Evangelio, es el espíritu que nos mostró Jesús. Aceptar con humildad que esta es la vida que nos ha tocado vivir, que es el momento presente el que tenemos que vivir como nos llega, actuando acorde a nuestro ser en el momento que se vive; lo que importa es el aquí y ahora. Cuando conseguimos aceptar la vida que nos ha tocado vivir, podemos ser capaces de estar agradecidos. Somos conscientes de nuestros dones y pacientes con las adversidades, vivimos con nuestros problemas pero llegamos a ser felices con esta aceptación, con esta “humildad”. Aceptamos nuestras debilidades y llegamos a conocernos profundamente lo que nos permite vivir con alegría.

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