El término griego liturgia significa servicio público. En la tradición católica designaba el conjunto de normas con que la autoridad de la Iglesia regulaba la celebración del culto. Sin embargo, esta noción demasiado exterior y canónica, fue superada por la teología reciente que, inspirándose en las fuentes patrísticas, destacó el hecho de que la liturgia, antes que acción de la Iglesia hacia Dios, es acción de Cristo en su Iglesia.
Así pues, podemos describir la liturgia como la celebración cristiana de la fe, usando gestos y palabras, por medio de los cuales Dios santifica a los creyentes y éstos ofrecen culto a Dios. Por lo tanto, en la liturgia, gracias a la acción del Espíritu Santo, se da un doble movimiento:
Descendente: Dios desciende a nosotros, nos habla y nos santifica. Es la dimensión salvífica, lo que Dios hace a favor nuestro.
Ascendente: Nosotros ascendemos a Dios y Él acoge con agrado nuestro culto. Es la dimensión de glorificación a Dios, lo que nosotros «obramos» en honor de Dios.
La liturgia se celebra en los diversos sacramentos y, principalmente, en la Eucaristía, actualización del misterio de la redención llevada a cabo por Cristo. Por lo tanto, la liturgia nos habla de gratuidad: Dios nos ha salvado y nos salva gratuitamente y nosotros se lo queremos agradecer en una celebración también gratuita y generosa. Esto no significa que la liturgia se reduzca sólo a los actos concretos de culto. San Pedro nos dice que somos «piedras vivas con las que se construye el templo espiritual destinado al culto perfecto, en el que se ofrecen sacrificios espirituales y agradables a Dios por Cristo Jesús» (1Pe 2, 5). Nuestra vida será un culto agradable a Dios si nos dejamos guiar por el Espíritu. No puede haber contradicción entre culto y vida, ya que nuestra vida se convierte en una ofrenda agradable a Dios y los actos concretos de culto son la continua toma de conciencia de este misterio.
En nuestra ciudad y su término municipal, la ofrenda agradable a Dios de nuestras vidas, ha ido quedando de manifiesto, a lo largo de tiempo, en la creación de nuestras parroquias antiguas y nuevas, la edificación de sus correspondientes templos parroquiales y ermitas, desde finales del siglo XIII hasta la segunda mitad del siglo XX. En el establecimiento de nuestros conventos, casas de caridad y centros de enseñanza, en diferentes épocas, desde el inicio del siglo XIV. En la institución de asociaciones religiosas, como son las cofradías devocionales, hermandades gremiales y mayordomías etc.