Llegamos de un modo pausado y casi silencioso al quinto domingo de esta Pascua tan especial marcada por la pandemia y sus consecuencias. El mensaje de esperanza y de vida que brota del sepulcro vacío de Cristo no lo ha podido callar ni el más pequeño elemento de la naturaleza como lo es el covid-19. Este mensaje nos recuerda que no estamos solos en medio de la adversidad: Dios tiene siempre la última palabra; por eso, en el Evangelio de este domingo el Señor nos dice una vez más: «que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí».
En este tiempo de confinamiento hemos hecho un camino, que, al vernos restringidos en la movilidad, nos ha dado más libertad para recorrerlo interiormente, nos hemos adentrado en nuestro ser guiados por el porqué, un porqué que solo tiene una respuesta: la Verdad.
Pero…, como le preguntó Pilato a Jesús, « y ¿cuál es la verdad?». La Verdad es Cristo, en Él contemplamos nuestra limitación, nuestra fragilidad humana, somos seres débiles y caducos. Pero también en Cristo encontramos esa otra parte de la Verdad: somos criaturas de Dios; es más, somos hijos de Dios, amados infinitamente, acompañados con gran misericordia y llamados a una dignidad eterna.
Este Camino y esta Verdad que es Cristo es también una promesa de salvación; por eso, Cristo es también la Vida, esa Vida nueva que da sentido a nuestro paso por este mundo. Por esta razón, ante este nuevo horizonte que se nos presenta en las próximas semanas, tenemos una nueva oportunidad para hacer las cosas mejor, para ser más humanos, más hermanos, una nueva oportunidad de vivir con más intensidad esta existencia que Dios nos ha regalado, cimentados siempre en la ley del Amor. Pero todo esto solo será posible si este Camino que conduce a la Vida lo recorremos con humildad, pues como dice Santa Teresa de Jesús: «la humildad es andar en Verdad». La humildad que nace cuando un simple virus nos hace despertar del sueño de nuestro endiosamiento y nos enfrenta a nuestra fragilidad.