En estos días de confinamiento, en los que muchos servicios de nuestra sociedad han tenido que cerrar sus puertas, hemos tenido que valorar qué es lo más esencial y, por lo tanto, debía seguir funcionando. Así el sistema sanitario ha tomado el protagonismo, junto con otro servicios como la seguridad, la alimentación, la educación (aunque de forma telemática), los bancos, etc. Servicios que nos hablan del cuidado de la vida humana.
Desde el plano de la Fe, creo que también este tiempo de pandemia nos ha ayudado a valorar lo esencial. Hemos aprendido que de entre todas las acciones de la Iglesia, a las que muchas de ellas hemos tenido que renunciar en estos días, tres son fundamentales y necesarias y que por ello han permanecido en toda la Iglesia Universal.
En primer lugar la Eucaristía como expresión máxima de nuestro culto a Dios, y junto a ella el ministerio del sacerdote (sin olvidar el resto de sacramentos que incluso con urgencia se podían haber celebrado). Corría por las redes sociales de estos días una viñeta en la que el demonio le decía a Dios que le había cerrado las Iglesias, a lo que Dios responde: ¡y yo he abierto una en cada casa! Aunque físicamente los Templos han permanecido cerrados, la Iglesia no ha cerrado sus puertas, no se ha dejado ni un solo día de celebrar la Eucaristía, cada sacerdote hemos celebrado por todos y por las necesidades de nuestro mundo, redescubriendo así que la Eucaristía tiene como protagonista central solo Dios, pues a Él le ofrecemos el culto. Además la TV y otros medios de comunicación han permitido que cada familia en su casa haya podido participar de las celebraciones desde diversos lugares, por lo que hemos valorado también esa retransmisión que es tan importante ha sido y es para los enfermos y los que no pueden salir de sus casas. Como consecuencia valoramos el sacerdocio ministerial como el instrumento indispensable para poder celebrar este sacramento, fuente y culmen de nuestra Fe. Sin el sacerdote no hay Eucaristía, y sin Eucaristía no hay Iglesia de Cristo. Por eso este tiempo a mí también me ha servido para agradecer este don inmerecido, pues he redescubierto mi ministerio, no desde el hacer, sino desde el ser.
En segundo lugar el anuncio de la Palabra, cierto es que se anularon todas las acciones concretas en este ámbito: catequesis, reuniones de formación, etc. Pero podemos decir que no se ha dejado de anunciar la Palabra de Dios, también adaptándonos a las RRSS, incluso con la catequesis.
Y por último, y no menos importante, la Caridad. Podemos decir con alegría que el corazón de la Iglesia no ha dejado de latir, concretamente en nuestra Comunidad se redujo el servicio a lo mínimo, pero todos los martes se ha atendido a todo aquél que ha acudido solicitando ayuda, pues como dice José Antonio, el director de nuestra Caritas: «la gente tiene que comer». Y por caridad también se entiende la atención que no se ha dejado de dar a los enfermos o a los que sufren por esta situación, ya fuese con una visita al Hospital o bien por vía telefónica.
Qué importante es, pues, ahora que ya vemos el horizonte de una vuelta a la llamada «nueva normalidad» que no olvidemos la lección, cuidar con cariño y corazón agradecido lo esencial de nuestra Fe.
No somos una empresa de eventos y encuentros, somos aquellos que hemos escuchado el anuncio de la Resurrección de Cristo, hemos corrido ante Él y lo hemos reconocido como Señor de nuestras vidas, es algo que afecta no al hacer, sino al ser, por eso la libertad de religión es un derecho fundamental que debemos defender y cuidar.