Continuamos celebrando la Pascua, no olvidemos que cada domingo, como un gran eco, y en especial durante la cincuentena pascual, celebramos con intensidad la victoria de Cristo sobre el pecado, el mal y la muerte.
«Lucharon vida y muerte en singular batalla y muerto el que es la vida triunfante se levanta».
En la noche de Pascua recordábamos el antecedente de la Pascua de Cristo, el «paso» del pueblo de Israel por el Mar Rojo que les llevo a pasar de la esclavitud a la libertad. La Pascua de Cristo es el «gran y definitivo paso» del pecado y la muerte a la libertad y a la Vida.
Los discípulos de Emaús vivieron su particular éxodo, partieron de Jerusalén entristecidos, esclavizados por su tristeza, por el dolor tras la muerte del Maestro, por la ceguera de la pura lógica humana que nos le permitía creer en el anuncio de la Resurrección, pero Cristo sale al encuentro como aquella columna de fuego que en medio de la noche guio al pueblo de Israel en su salida de Egipto, esa luz representada en la noche de la la Pascua por el cirio pascual. Cristo ilumina un nuevo sendero en sus vidas, el de la Fe, pero es en la fracción del pan, en la Eucaristía, donde aquellos reconocen al resucitado. Han sido liberados de sus temores y salen corriendo a anunciar con alegría a sus compañeros que han visto al Señor, que es cierto que está vivo. Tras aquel periodo de reflexión y tras acoger a Cristo resucitado en sus vidas ellos cambian para siempre, ven la realidad de otro modo, dejan de ser personas vacías para ser canales de alegría y esperanza.
Que hermoso sería poder vivir este tiempo de confinamiento como un nuevo éxodo para nuestras vidas. Partimos del miedo, de la incertidumbre, del agobio, de la tristeza, un camino en el que reconocemos nuestra fragilidad, la esperanza en nuestra propias fuerzas flaquean, partimos de una cruda realidad que nos lleva a reconocer humildemente que hemos sido esclavos del orgullo y de nuestros delirios de grandeza. Pero… ¡no todo está perdido!, el Señor sale de nuevo a nuestro encuentro, camina a nuestro lado para iluminar esta peregrinación por nuestro interior para reconocer, reflexionar y meditar en qué momento de ese camino estamos: qué ha sido, qué es, pero lo más importante cómo queremos que sea nuestra vida.
Si el encuentro con Cristo genera un cambio de vida, este tiempo es un tiempo oportuno para propiciar este encuentro. Creo yo que lo importante es pensar… ¿Cómo quiero ser tras esta pandemia? ¿Qué quiero que cambie en mi vida? ¿Cómo queremos que sea nuestra relación con Dios y con los demás?
Podemos quedarnos encerrados en la tragedia de estas semanas, o podemos resucitar con Cristo a un nuevo estilo de vida, a una nueva esperanza. De nosotros depende… Por eso qué hermoso es poder decir con los discípulos de Emaús:
Señor, quédate con nosotros, en nuestra casa, mira que anochece en nuestras vidas, mira que nos falta luz y esperanza, mira nuestra tristeza y nuestro sufrimiento, pues qué es la vida sin ti. Quédate, Señor, prende la llama de tu amor en nuestros corazones.